lunes, 19 de marzo de 2012

Episodio XVII: Rotorua - Nueva Zelanda


EL TIWANAKU DE MU

Nuestro viaje a Rotorua tenía la finalidad de encontrarnos con los Maorí para que pudieran contarnos las historias de su pueblo y la sabiduría que estaban dispuestos a compartir de sus Tierras.
Pero nuestra posible ambición por hacerles llegar a todos la información del mundo, nos estaba bloqueando el ver otras posibilidades.
Cansados por el viaje y por tantos enfrentamientos a nuestras fuerzas y emociones, desistimos de hacer cualquier contacto con el pueblo nativo, pues todos nuestros intentos fracasaban.

Matías seguía enfrentándose a un proceso durísimo de su interior, en que todas las fuerzas de las emociones se mezclaban como olas de mar en la cintura, que por más que sabíamos era una preparación de todos para lo que el resto del camino nos presentaría como oportunidad, el cansancio y los obstáculos a los que nos enfrentábamos hacían que una y otra vez dudara de seguir caminando, razón por la cual durante nuestra estadía en Nueva Zelanda, fueron muy pocas las apariciones y los comunicados dados.

Rotorua fue tal vez el momento de máxima depresión y choque con nosotros mismos en el interior y en el exterior. Por eso decidimos volver a Auckland, para así dormir y esperar a tomar el vuelo que nos llevaría a Sydney al día siguiente. Pero en el camino, algo nos llamó la atención.

A unos 20 km de Rotorua, viajando por la Ruta 5, camino a Auckland, nos vimos rodeados por un paisaje muy extraño, al tono de Gaby de "miren que rara esa piedra"… lo único que logró levantar el ánimo de Mati. A lo largo de unos 5 a 7 kilómetros, se extendían pequeños cúmulos de piedras, montañitas, colinas pequeñas llenas de minúsculos bosques, custodiados por dólmenes… Decidimos detenernos y observar el camino. Saltamos alambrados, tranqueras, incluso bolleros eléctricos campo a través, compartiendo prácticamente corrales con algunos toros, hasta llegar a subir a estos extraños cúmulos.

Mirando alrededor, Matías y Diego reconocieron que eran los yacimientos de una antiquísima ciudad, tanto como el muro de Kaimanawa en Taupo. Los mismos se presentaban como evidentes evidencias ante los ojos de todos, de una historia desconocida y de miles de miles de años, que pasaba desapercibida o ignorada por la gente del lugar. Nada marcaba la zona como recinto arqueológico, ni como parque natural, pero ahí estaban, toneladas de rocas perfectamente cortadas y encajadas entre sí, algunas ya muy erosionadas por los miles de años, otras tiradas por la fuerza de los antiguos árboles que crecieron entre sus fisuras. Un mundo perdido se alzaba ante nuestros ojos como magia.

No hubo mejor despedida de la región que el recuerdo y sensación de los antiguos ofreciéndonos este regalo. Tomamos la energía del lugar, y desde ese momento, pudimos comenzar a limpiarnos desde lo profundo de nuestro ser, aunque, sabiendo aún, que el Sacro nos guardaba muchas situaciones más a lo largo del vasto desierto Australiano y las místicas islas de Indonesia.




VIDEO DEL LUGAR


GALERIA DE IMÁGENES












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